Acerca de “La otra ciudad. Memorias vivas de Pachuca”

Por Aída Padilla Nateras

“Escribir la ciudad es escribirse a uno mismo.” Esta es la frase con la que Enid Carrillo introduce al lector a este libro, en el que pachuqueños de distintas edades exploran el conjunto de símbolos y asociaciones que orbitan en torno a la palabra “Pachuca” y a la idea de lo pachuqueño.

Susan Sontag dice que la sensibilidad de un lugar específico, que cambia a lo largo del tiempo, no solo es su aspecto más decisivo, sino también el más perecedero. ¿Qué se siente vivir o haber crecido en Pachuca? ¿Cómo se lo explicamos a otros? “Uno puede capturar las ideas (historia intelectual) y el comportamiento (historia social) sin ni siquiera tocar superficialmente la sensibilidad o el gusto que le dio forma a esas ideas, a ese comportamiento.” Intentar definir una sensibilidad es traicionarla, querer ofrecer gato por liebre, eso es claro. A lo máximo, a lo que podemos aspirar es tal vez a señalar, a edificar una construcción ficticia inspirada en una realidad inefable, intentando extraer y encapsular la esencia de esa realidad como si se tratara de un perfume. Eso intentamos al escribir, y a pesar de que el recurso pueda parecer insuficiente, es necesario reconocer que, sin los textos —esas botellitas de perfume con las cuales luchamos en contra del olvido— terminaríamos volviéndonos locos. Es importante tratar de generar también algún tipo de registro de la sensibilidad; he ahí el valor de esfuerzos como el de este libro, esfuerzos que deben de ser celebrados e impulsados.

La primera parte de La otra ciudad. Memorias vivas de Pachuca se titula Pachuca revisitada y comprende textos de no ficción en los que autoras y autores tocan temas tan diversos como la frustración, el sentimiento de pertenencia, la preocupación por la conservación del patrimonio y de los recursos naturales, el pasado minero y familiar, el futbol y la historia con “h” minúscula, que a veces es mucho más interesante que la historia oficial. En “Traer al río”, por ejemplo, Francisco Arrieta intenta desentubar la memoria de lo que alguna vez fue el Río de las Avenidas, ese cuerpo de agua que ha atravesado Pachuca desde su nacimiento y que hoy está a punto de desaparecer a consecuencia de la contaminación y al desarrollo urbano. Francisco se pregunta cuál es el paisaje que veían nuestros ancestros, cuál es el paisaje que vemos ahora y cuál el que queremos ver. Estas preguntas se vuelven sugerentes, porque pueden ser extrapoladas a otros ámbitos, como el de lo social y lo político.  En el libro hay también textos que nos confrontan con eso otro que Pachuca, así como casi cualquier ciudad de provincia, también puede llegar a ser: un lugar olvidado por Dios, un páramo desierto en el que no pasa nada y del que es mejor escapar o aún peor: en el que pasan muchas cosas que no deberían pasar. Pero es solo cuando nos enfrentamos a la ciudad de esta manera que los cuestionamientos comienzan a adquirir fuerza, a tomar formas interesantes, a impulsarnos a usar la energía que tenemos para intentar cambiar el curso de las cosas.

En otro de los textos, Laura Esperanza compara la existencia de los pachuqueños con la de un diente de león, que sufre transformaciones constantes, aprovechando cualquier grieta en el asfalto para poder brotar. ¿Debemos esperar pasivamente a que la ciudad en la que vivimos se transforme? ¿No somos cada uno de nosotros los arquitectos de nuestro propio infierno o de nuestro propio paraíso? Es evidente que la tarea de revalorar nuestras historias y de seguir rompiendo el asfalto no va ser llevada a cabo por alguna fuerza mágica externa, y no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

¿Qué papel juega la escritura al intentar enfrentarnos a estas cuestiones? No está de más recordar la relación que la ficción guarda, por ejemplo, con la utopía y con los movimientos sociales. La ficción no se opone a lo real, sino que lo complementa. Es a veces más real que lo real,  porque gracias a ella salen a la superficie anhelos, pulsiones y cosas que no se ven a simple vista. La segunda parte del libro, Pachuca reimaginada, compila ficciones ambientadas en nuestra ciudad. Spoilear un cuento es lo peor que uno puede hacer, así que me limitaré a decir que enesta parte del libro uno puede disfrutar historias acerca de viajes al pasado, metamorfos que convierten a mujeres en gallinas, jóvenes sensuales y misteriosas que se aparecen en una Plaza de Toros, sueños de los que no es posible despertar y fantasmas, entre muchas otras cosas.

Con todo lo anterior en mente, me gustaría regresar a la frase de Enid: “Escribir la ciudad es escribirse a uno mismo.” Yo me pregunto qué es escribir sino una especie de desdoblamiento del yo, de lo consciente y lo inconsciente individual y colectivo. Con la escritura uno entra en una dinámica de determinación recíproca, porque escribimos por un lado para entendernos y para entender lo otro y a los otros, para encontrarle un sentido a aquello que supuestamente ya es o para no olvidar lo que en algún momento fue, pero en el proceso terminamos transformándonos y transformando al mundo, ayudando de alguna u otra manera a su configuración. En la escritura hay, pues, una mezcla de receptividad y  creatividad. Cuando el resultado de ese proceso de escritura es socializado, es decir, cuando los textos son editados y posteriormente leídos, comienzan a circular en el ambiente otras maneras de ver, de sentir y de comprender. Esto afecta nuestra relación con las cosas, porque distintas maneras de ver, de sentir y de comprender son distintas maneras de existir. Así como los vaticinios del adivino influyen consciente o inconscientemente en las decisiones que se toman en el futuro y en la manera de abordar los problemas, cada texto abre la puerta hacia una visión de mundo, y cuando muchas puertas se abren, las criaturas que habitan esos mundos entran en contacto. Como resultado de ese intercambio, nacen nuevas criaturas y así es como mutan la sensibilidad y las ideas, trayendo consigo lo nuevo, lo fresco, y evitando al mismo tiempo la petrificación de la costumbre y de la repetición de lo mismo.

Aída Padilla Nateras (coautora), Ana Liedo (coordinadora) y Kevin Cuevas (ilustrador) en la presentación de “La otra ciudad”, en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.
Carrito de compra